miércoles, 15 de agosto de 2007

El papel de los intelectuales en la sociedad

El papel de los intelectuales en la sociedad
Luis R. Santos
¿Qué es un intelectual?
¿Quién es intelectual?
Si intentásemos definir el término afirmaríamos que un intelectual es aquella persona que dedica una parte importante de su actividad vital al estudio y a la reflexión crítica sobre la realidad.
El término intelectual está dotado socialmente de un valor de prestigio. Se entiende que esa actividad dedicada al pensamiento tiene una dimensión y una repercusión públicas que se consideran muy valiosas.
El problema que se deriva de ello es que, en muchas ocasiones, la aplicación del término depende del grado de afinidad ideológica que tenga quien lo aplica con respecto de la persona que se esté considerando. Por ejemplo, algunos sectores de izquierda consideran a Mario Vargas Llosa como un vocero de lujo del neoliberalismo; y otros más inclinados hacia el conservadurismo piensan que Noam Chomsky es un desfasado que sueña con un mundo que solo puede ser funcional en su cabeza.
Según Gramsci, los intelectuales modernos no son simplemente escritores, sino directores y organizadores involucrados en la tarea práctica de construir la sociedad.
En cualquier caso, es interesante señalar que el término «intelectual», en su mismo origen, va unido a la idea de lucha, de refutación del discurso oficial, de defensa de la legalidad frente a los abusos del poder.
Para Noam Chomsky, un trabajador del acero que es organizador sindical y se preocupa por los asuntos internacionales puede muy bien ser un intelectual, también un intelectual es simplemente toda persona que usa su cerebro.
Vistos estos criterios tan dispares, podemos aseverar que no hay claridad ni mucho menos consenso para definir a un intelectual.
Pero, independientemente de la dificultad para definirlo, ¿cuál es su papel en la sociedad, qué rol juega en los procesos sociales?
Norberto Bobbio opina que los intelectuales son expresión de la sociedad de su tiempo; que el momento histórico es crucial en su definición y también de su responsabilidad histórica.

Para Carlos Fabreti, los intelectuales tienen una responsabilidad tan específica como grave: la crítica sistemática de los argumentos esgrimidos por el poder, el cuestionamiento radical y continuo del «pensamiento único» que pretenden imponernos.

*Gramsci lo veía de esta forma:
“El intelectual es un individuo con un papel público específico en la sociedad que no puede limitarse a ser un simple profesional sin rostro, un miembro competente de una clase que únicamente se preocupa de su negocio. Para mí, el hecho decisivo es que el intelectual es un individuo dotado de la facultad de representar, encarnar y articular un mensaje, una visión, una actitud, filosofía u opinión para y en favor de un público”.

Luis Echeverría Álvarez, ex presidente de México, y cuyo caso citaremos más adelante, cree que “el intelectual desempeña en el mundo actual una función crítica. Si bien no es la conciencia de la sociedad, sí debería ser con frecuencia sus ojos y su lengua. El intelectual, entonces, dice lo que ve y lo que oye; se convierte en el testigo y el vocero de su tiempo. De ahí el carácter, a un tiempo íntimo y contradictorio, de sus relaciones con el poder público.”

Laura Baca Olamendi afirma que "son intelectuales todos aquellos que de 'hecho' o de 'derecho', en un determinado período histórico y en precisas circunstancias de tiempo y de lugar, son considerados los sujetos a quienes ha sido asignada la función de elaborar y difundir conocimientos, teorías, doctrinas, ideologías, concepciones del mundo o simples opiniones, las cuales constituyen los sistemas de ideas de una determinada sociedad.”

Ante todo, yo percibo al intelectual como un individuo altamente comprometido con las acciones encaminadas a lograr el bienestar colectivo; veo a un hombre o mujer a la vanguardia en los procesos transformacionales, elevando su voz en las tribunas, que en la actualidad están básicamente conformadas por los medios de comunicación de masas, intentando enderezar los rumbos torcidos por los que transitan las sociedades.
El intelectual debe ser un obstáculo que se interponga en el camino de los déspotas, que sirva de contención a las tiranías, tanto de izquierda como de derecha; porque, en verdad, la labor de un intelectual siempre ha estado sometida al vaivén, a las liviandades, a las malquerencias ideológicas entre grupos o sectores que se creen poseedores de la verdad, de una verdad que a nadie pertenece.
Contrariamente, no percibo a un intelectual en silencio ante los abusos que comete Israel en contra de los palestinos; pero tampoco lo percibo aplaudiendo cuando un guerrillero de Hamas se viste con su gala de dinamita para ir a morir y a matar niños y niñas israelíes; y es que para un intelectual con sensibilidad no existen asesinos buenos o malos; no admite justificación alguna ante la barbarie, no importa del lado que venga ni en nombre de quién se cometa.

Los intelectuales y el poder

El poder, en todas sus vertientes, siempre ha subyugado a los seres humanos, y, a pesar de que algunos pensadores se han creído pertenecientes a castas inmortales, ellos también se sienten tentados por el poder. Sin embargo, está demostrado que al ingresar a los círculos de poder el intelectual pierde, en gran medida, su independencia; pierde autoridad cuando defiende intereses grupales que afectan a la mayoría, cuando sostiene puntos de vistas contrarios a la colectividad. Por supuesto que estamos hablando de intelectuales puros, concientes de su papel en la sociedad, y más cuando es indudable que también son intelectuales los asesores de George Bush, Condoleezza Rice, Ariel Sharon, Osama Bin Laden, Saddam Hussein, Hugo Chávez, y Fidel Castro. También Adolfo Hitler tuvo magníficos intelectuales y científicos a su orden, entre ellos a Martin Heidegger.
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Para Edward Said, “la dependencia económica del poder mediante subvenciones o ayudas para las investigaciones son formas de control de los intelectuales (especialmente los universitarios e investigadores).”
Octavio Paz expresó al respecto “que no estaba muy seguro que los intelectuales en el gobierno-se refería a los que acompañaban a Luis Echeverría Alavarez en México- fuesen realmente intelectuales, ya que, en primer lugar, resultaba muy distinto mandar a pensar: lo primero corresponde al gobernante, lo segundo al intelectual. Los intelectuales en el poder dejan de ser intelectuales; aunque sigan siendo cultos, inteligentes e incluso rectos; al aceptar los privilegios y las responsabilidades del mando substituyen la crítica por la ideología. El primero justifica, defiende y orienta la acción de un gobierno, y así le da un fundamento moral, lógico e histórico; el segundo examina, juzga y, cuando es necesario, contradice y denuncia.”
De todas maneras, para un intelectual siempre será complicado participar en las esferas de poder y su labor dependerá mucho de su integridad, de su compromiso. Pero la mayor parte del tiempo, los intelectuales son seducidos por el poder, y existe un peligro real cuando tienen potestad para tomar decisiones trascendentes; en ese sentido es muy conocida y aleccionadora la experiencia norteamericana bajo el gobierno de John Fitzgerald Kennedy, que se rodeó de una corte de figuras de gran prestigio y fulgor dentro del mundo cultural, científico y artístico. Entre estas figuras podemos citar a Arthur M. Schlessinger Jr, varias veces ganador del premio Putlizzer, y McGeorge Bundy, asesor de seguridad nacional y que creía que había que buscar un acercamiento con Fidel Castro. Aquella fue una experiencia muy negativa porque temerosos de equivocarse, cautivos de su prestigio, los cerebros más destacados de la nación, entonces convertidos en funcionarios, demostraron que eran sicorrígidos y arrogantes, con ínfulas de genios. Cometían muchos errores, pero no los admitían y persistieron en ellos, pues, les daba vergüenza aceptar que se equivocaban.
En México, después de perder popularidad por los violentos acontecimientos que se produjeron en la universidad autónoma de México en 1968 por las luchas estudiantiles, tan en boga por aquellos días, Luis Echeverría se empieza a rodear de intelectuales importantes: pintores, escritores, periodistas y estudiosos de diversas áreas de primer nivel llegaron al gobierno: David Alfaro Siqueiros, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Julio Scherer García, Carlos Monsiváis y Daniel Cosío Villegas, entre otros, entablaban continuos diálogos con el entonces presidente; pero los resultados tampoco fueron buenos.
Estén o no en el poder, lo que sí es innegable es que la condición económica de un intelectual matiza sus posiciones en torno a muchos temas; así vemos con frecuencia que pensadores, con sólida formación en distintos campos del saber, a penas participan en actividades académicas y son casi mudos e indiferentes ante la difícil situación de marginalidad, exclusión social, corrupción, impunidad y contubernio entre sectores de poder en contra de la mayoría.
Y en el caso de nuestros países, en unos más que en otros, la situación es alarmante. Producto de sus carencias materiales, muchos intelectuales latinoamericanos terminan autocensurándose, poniéndose mordazas para no contradecir a las instancias de poder de las que reciben migajas para subsistir. Otros, aunque en minoría, terminan pudriéndose en la pobreza, pero manteniendo la dignidad como estandarte en un mundo mayoritariamente indigno.



Los intelectuales en un mundo sin utopías

En los años previos al triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia existía, a nivel mundial, una notable camada de intelectuales comprometidos con la utopía socialista; tras el triunfo de los revolucionarios y la formación del bloque compuesto por la URSS éstos siguieron aumentando su presencia en todos los foros; al término de la segunda guerra mundial y tras el surgimiento de la guerra fría los intelectuales seguían claramente agrupados y definidos en bandos opuestos; o eran de derecha o de izquierda, y había una minoría moderada o neutra; hoy esta realidad ha cambiado y ya no existe la URSS y la utopía socialista ha sido suplantada por la utopía del mercado, y el poder lo ejerce Estados Unidos, junto a sus socios, de forma casi omnímoda.
Antes se le temía a una posible confrontación entre el bien y el mal; hoy no existe aquel mal y ha surgido otro nuevo; sin embargo, hoy es el “bien” quien está causando el daño, los destrozos, los atropellos, los abusos, las locuras y las aberraciones que produce un poder sin contención.
Hoy es el terrorismo el nuevo eje de la confrontación y de la justificación para la imposición de los designios de los grandes; unos antiguos aliados de Washington son hoy los chivos expiatorios usados para justificar viejas y fallidas políticas intervencionistas en el mundo árabe, para ganar elecciones en base al miedo-el miedo infundido a los estadounidenses le permitió a Bush reelegirse en contra de toda lógica y por encima de una opinión pública mundial que veía con angustiante preocupación el retorcido rumbo que estaba tomando su política internacional basada en intervenciones profilácticas, como si se tratase de epidemias causadas por virus o bacterias.
Ante la coyuntura actual, los intelectuales comprometidos con los más excelsos valores humanos debieran estar en permanente asedio en contra de estos grupos hegemónicos que intentan imponer sus políticas por encima de todo, por encima de toda lógica y de manera implacable.
No estamos hablando de asumir un discurso antiimperialista ni poner en moda otros términos en decadencia y desuso; estamos refiriéndonos a la necesidad de una crítica severa y permanente en contra de los desafueros cometidos por los que detentan el poder; no aspiramos ni proponemos que desaparezca nada ni que surja nada, excepto una sociedad más justa, un poder más cuerdo, si es que acaso se puede tener cordura desde el poder. Y es importante aclarar que al referirnos al poder no sólo estamos aludiendo a gobiernos sino también a bolsas de valores, medios de comunicación, capitales especuladores, organismos internacionales de presión y cabildeos, de papas y clérigos musulmanes radicales e intolerantes, y de todas aquellas instancias y figuras que inciden negativamente en el discurrir de la humanidad.
La sociedad contemporánea está y seguirá siendo abatida por muchos conflictos producto de la sinrazón, de esa necesidad que tenemos los seres humanos de autodestruirnos. La invasión a Irak es una de esas absurdas acciones a las que por más justificaciones que se le busquen nunca podrán ser encontrarlas, porque nada justifica la matanza, la barbarie, el dispendio de recursos económicos, recursos que bien pudieron servir para mejorar las condiciones de vida de millardos de seres humanos que se pudren en la más absoluta miseria a lo ancho y largo del planeta. Quedarse callado ante tragedias como ésta no habla bien de ningún hombre o mujer que se sienta intelectual.
En un mundo que ha renunciado a casi a todo por comodidad, cansancio, complicidad, y conveniencia, se hace muy necesaria la presencia constante de la voz crítica y punzante del intelectual. Muchos dirán que las críticas no detienen al poder; y es cierto; muchos dirán que ya los intelectuales han perdido su trascendencia y su protagonismo en la sociedad; y podría ser medianamente cierto; pero también es cierto que mientras menos voces se alcen contra del poder más libremente operará éste; más irracional será y mucho más destructor.


Los intelectuales ayer, los intelectuales hoy

En determinadas épocas ejercer el papel de contradictor del poder ha resultado catastrófico para muchos pensadores; la cárcel, el exilio, la persecución y la muerte han sido los ingratos galardones que han obtenido hombres y mujeres valientes, que han preferido sucumbir físicamente a claudicar.
En distintas épocas ha habido nombres que van abriéndose camino al paso de los días; es difícil olvidar al italiano Antonio Gramsci, que por sus ideas revolucionarias y por denunciar los desmanes del fascismo terminó muriendo en una prisión en 1937 cuando apenas tenía 46 años, víctima de la tuberculosis; el fascismo le temía tanto a Gramsci que el fiscal que lo juzgó por sus supuestos crímenes, al momento de dictar su sentencia, dijo: “Durante veinte años debemos impedir que este cerebro funcione”, y lo condenó precisamente a una pena de veinte años.
Gramsci también tuvo graves problemas por sus continuas críticas a Stalin, a pesar de que era comunista.

A muy pocos el nombre de Anna Politkovskaya les resultará familiar:
Sin embargo, sus constantes y severas críticas y denuncias, en contra de los abusos, crímenes y actos de corrupción del ejército ruso en Chechenia, recientemente fueron premiadas con dos balazos en la nuca en el ascensor del edificio en que residía en Moscú. Anna fue una intelectual de los medios de comunicación que se convirtió en puntilla en el zapato del régimen intolerante y corrupto que encabeza Vladimir Putin. El mundo alzó su voz en contra de su asesinato y el frío y flemático jefe del gobierno de la federación rusa cuando se le reclamó por este crimen solo prometió una investigación, dio la vuelta y siguió su camino.
Su labor de denuncia fue laureada con varios premios en Rusia, La Pluma de Oro y el Premio de la Unión de Periodistas de Rusia y con varios galardones en occidente.

A lo largo de la historia de la humanidad ha habido hombres y mujeres comprometidos con los más altos valores humanos; hoy también existen, solo que acallados y opacados por los tantos ruidos que producen los medios de comunicación de masas, que usualmente representan intereses económicos y políticos de quienes mandan; no obstante, y aunque se pierda en medio de la bruma, hay que atreverse a decir basta, hay que levantar el puño, hay que lanzar las palabras como si fueran dardos, para que se claven el corazón del poder.
Es innegable que la relevancia de los intelectuales en esta sociedad insaciablemente consumista ha perdido brillo, pero no relevancia; el papel del intelectual contemporáneo ya no es el mismo de los tiempos de Emil Zolá y Antonio Gramsci o Jean Paul Sartre, pero sigue siendo importante, imprescindible, diríamos, si en realidad aspiramos a un mundo mejor, aspiración que, a veces, nos abate la sensación de que es toda una utopía.

1 comentario:

David Maturana Céspedes dijo...

Un gran comentario, en Chile sabemos mucho de los que sufrieron por opinar, pero por más que desean que seamos todos iguales, cada día constatamos que somos distintos, que vivimos bajo el mismo cielo, pero tenemos diferentes miradas y anunciar aquello, serán las semillas de la libertad del hombre.